Reflexiones para contribuir a las teorías del desarrollo: Elementos desde una perspectiva de género y feminista
Reflections to contribute to development theories: Elements from a gender and feminist perspective
Resumen
Sobre teorías del desarrollo mucho se ha escrito, también desde el enfoque de género y desde el feminismo. Sin embargo, las propuestas podrían robustecerse con miras a un modelo más inclusivo y equitativo para las mujeres (mitad de la población y madres de la otra mitad). El objetivo de este trabajo es contribuir —sin ser exhaustivo— a la reflexión sobre la necesidad de seguir analizando otras posibilidades de modelos de desarrollo que no perpetúen la desigualdad en general ni la feminización de la pobreza en particular. La metodología partió de la epistemología feminista y se basó en un análisis desde datos actuales sobre la pobreza de las mujeres, teorías del desarrollo enfocadas en combatir dichos resultados y trabajos con enfoques feministas que colocan una lente para ver otras posibilidades de análisis y acción. Los resultados se dividieron en tres partes: una tesis a partir de cifras, que permiten proponer nuevos caminos; una antítesis en la comparación de las diferencias entre los modelos MED (modelo de desarrollo económico) y GED (el enfoque de género en el desarrollo); y una síntesis propositiva desde el enfoque de género para un Soro Desarrollo. Se concluye la necesidad de seguir con acciones afirmativas en las políticas desde el Estado y en las transformaciones socioculturales (al interior de la vida cotidiana) para lograr revertir el efecto de la violencia machista en el modelo patriarcal que tanto empobrece a las mujeres, a los hombres y a lo no-binario, ya que impide el desarrollo evolutivo de la humanidad.
Palabras clave: Género y desarrollo, Pobreza femenina, Salud de las mujeres, Sororidad
-Abstract-
Much has been written about theories of development, including from gender and feminist perspectives. However, proposals could be strengthened with a view towards a more inclusive and equitable model for women. This work aims to contribute —without being exhaustive— to the reflection on the need to continue analyzing alternative development models that do not perpetuate inequality in general or the feminization of poverty in particular. The methodology was grounded in feminist epistemology and based on an analysis of current data on women's poverty, development theories focused on addressing these outcomes, and feminist perspectives that offer new lenses for analysis and action. The results were divided into three parts: a thesis based on figures, which provide the foundation for proposing new pathways; an antithesis in the comparison between WID (Women in Development) and GED (Gender and Development) models; and a propositional synthesis from a gender perspective towards a "Soro Development." The conclusion emphasizes the need to continue with affirmative actions in state policies and sociocultural transformations (within daily life) to reverse the effects of patriarchal and sexist violence, which impoverishes not only women but also men and non-binary people, as it hinders the evolutionary development of humanity.
Palabras clave: Female poverty, Gender and development, Sorority, Women's health
Introducción
Sobre teorías del desarrollo mucho se ha escrito, también desde el enfoque de género y desde el feminismo. Aun así, seguimos en la búsqueda de propuestas que nos iluminen el camino para salir del nodo en que nos encontramos la mitad de la población y creadoras de la otra mitad. Esta revisión narrativa parte desde el conocimiento situado definido por Donna Haraway (1995), de tal manera que la marca de agua de quien lo escribe es de un feminismo sincrético, subdesarrollado y occidentalizado, desde el margen en que vive (el sur del sur de México) y con la mirada eurocéntrica que deja cursar el doctorado en otro continente, y es evidente también que mi área de investigación ha sido la salud de las mujeres en México desde la ciencia social feminista. Esto se aclara para no entrar en conflicto con los diferentes feminismos que hoy en día prevalecen, pero siguen reivindicando todos, la igualdad con dignidad para mujeres y niñas sin que nada les haga falta para tener autonomía sobre sus decisiones, sus cuerpos, sus vidas y su tranquilidad.
El objetivo es contribuir (sin ser exhaustiva) a la reflexión sobre la necesidad de seguir analizando otras posibilidades de modelos de desarrollo que no perpetúen la desigualdad en general ni la feminización de la pobreza en particular.
En algún momento de la historia de la creación de las teorías del desarrollo de mediados del siglo pasado (entre 1945 y 1960, en plena posguerra, periodo caracterizado por grandes disminuciones de las tasas de mortalidad en el mundo e incremento acelerado del tamaño de la población) dentro de lo que se consideró la primera transición demográfica, fue el argumento malthusiano el que prevaleció para justificar que había pobreza porque la población no poseedora de los bienes de producción tenía como mecanismo de compensación de sobrevivencia una alta fecundidad (es decir mujeres pobres que se reproducían sin control).
Para frenar dicho “desequilibrio”, la reproducción de la población pasó a ser objeto de intervención del Estado, con lo que la pobreza disminuiría paulatinamente hasta desaparecer. Para ello, no se escatimó en campañas de anticoncepción (incluso forzada) sobre mujeres de países que permitían la vulneración de sus derechos humanos como moneda de cambio para recibir préstamos de organismos monetarios internacionales (uno de los casos más expuestos a nivel internacional es el del Gobierno de Perú en la década de los noventas cuyas víctimas aún están exigiendo una reparación a los daños (Ferrari, 2023).
El mundo siguió su curso, y desde la mirada de la demografía se da la segunda transición demográfica misma que fue más evidente a finales del siglo pasado, ya que la fecundidad en el mundo había tenido fuertes transformaciones hacia la baja. Lesthaeghe (2014) menciona que los elementos que han hecho variar los indicadores de fecundidad tanto en países occidentalizados, como industrializados o en vías de crecimiento, no estaban necesariamente vinculados al uso intensivo de algún método para evitar o espaciar los embarazos sino a nuevos acuerdos de relación entre las parejas, la separación entre matrimonio y procreación y el dejar de ser perfiles de población que no cambiaban de residencia, lo que trajo como resultado cambios culturales de autorrealización y de individualidad que han impactado en la fecundidad, no así en la disminución de la pobreza en las regiones.
Según el Global Burden of Disease Study (GBD por sus siglas en inglés), en un estudio publicado en 2024 sobre la fecundidad en el mundo de 1950 a 2021 y con proyecciones hasta el 2100, demuestran que a nivel mundial hemos pasado de registrar 92.7 millones de nacimientos en 1950 a un máximo histórico de 142 millones en 2016, seguido de una caída para 2021 de 129 millones de nacimientos que se prevé -según sus meticulosas proyecciones- seguirá en descenso sin retorno a pesar de que los economistas más entusiastas consideraron que al haber más población adulta en edad de trabajar se incrementa la riqueza y se retorna a sociedades de altas tasas de natalidad. Se estima que para el año 2100 ningún país del mundo logrará la tasa global de fecundidad de reemplazo (2.1 hijos por mujer) (GBD, 2024). No obstante, el Fondo de Población de las Naciones Unidas es más optimista al sostener que el envejecimiento de las poblaciones es el efecto de una esperanza de vida mayor, y la disminución en las tasas de fecundidad el resultado de que las mujeres ahora deciden más sobre su cuerpo (FNUAP, 2023) sin considerar lo que implica una inversión de la pirámide poblacional (más ancianidad que infancias y juventudes) en cuanto a cuidados, atención de personas mayores, generación de recursos, riquezas y vida.
Siguiendo la línea de la disminución de la población en todo el mundo, es un escenario que significaría, según la teoría malthusiana antes mencionada, el fin de la pobreza. Pero coincidimos con los autores Zaidi y Morgan (2017) respecto a que las teorías del desarrollo han sido víctimas de al menos tres problemas:
• Expectativas de resultados comunes sin considerar a profundidad la diferencia entre países y al interior de los países
• La descripción del estadío final “como el de la sociedad occidental desarrollada” (p.12) centrando el análisis en una visión hegemónica de identidad de valores clasemedieros, blancos y occidentalizados
• Planificar las políticas del futuro de las poblaciones dependiendo de proyecciones estadísticas y demográficas que diluyen los bordes y las singularidades de los contextos regionales
Agregaría el no traer al centro del debate la concentración de la riqueza mundial en unas cuantas manos, lo que se agudizó con la globalización y más recientemente con la pandemia por COVID-19, que a su vez provocó un impacto en toda la población de incertidumbre de los mercados laborales y del estado de bienestar (salud, educación, vivienda, agua, medioambiente, seguridad) lo que impide a su vez a las futuras generaciones planear un mañana.
Así mismo Zaidi y Morgan (2017,14) mencionan que los sistemas de Género han recibido poca atención, afirman que para la teoría de la 2ª transición demográfica el género no solo es invisible, sino que no usar dicha perspectiva limita el análisis en los patrones familiares y de fecundidad ya que la autonomía y autorrealización no son género-neutro.
Al ser las mujeres quienes mejoran su situación (personal) y su condición (social) se producen los cambios sobre la decisión del emparejamiento, tipo de unión, maternidad, migración o disolución del vínculo, el impacto que provocan es mayor por el cambio de posición, tanto en los países occidentales como en los no occidentalizados.
Coincidiendo con estos autores, ni la mutua contribución económica al interior de una unidad doméstica, ni el mayor acceso a la escolaridad de las mujeres se han traducido en una democratización del cuidado y la procuración de la vida cotidiana entre hombres y mujeres de manera equitativa.
Así mismo, me uno a la disertación de los autores en cuanto a que cuando los cambios de inequidad de género sólo corresponden a la esfera individual, la fecundidad baja más aún. Es decir, afecta no solo la falta de corresponsabilidad en el cuidado dentro de las familias sino por parte del Estado al no procurar opciones de guarderías dignas, jornadas laborales compatibles con la crianza y otros cuidados, ventajas en el posparto, la lactancia y la primera infancia (de cero hasta casi 6 años), entre otros.
Sin un nuevo contrato social, sin nuevos roles de género sobre el cuidado, las mujeres no se volcarán hacia una sociedad pronatalista, y como si faltara otro elemento que es el que da origen a este trabajo, sin elementos para que las mujeres tengan a su disposición recursos para desarrollarse, la ecuación se complica. Veamos cómo.
La pregunta central es ¿qué otras formas de abordar las teorías del desarrollo sobre erradicación de la pobreza hay para que las mujeres no sigan siendo las más desprotegidas del planeta?
Metodología
La metodología de este ensayo reflexivo, parte de la epistemología feminista (Batra, 2010), en la manera en que no es un algoritmo para cuestionar la realidad, sino que fue un análisis desde datos actuales sobre pobreza de las mujeres, a la luz de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible, 2030), teorías del desarrollo enfocadas en combatir dichos resultados y trabajos con enfoque feministas que colocan una lente que contribuyen a otras posibilidades de análisis y acción, partiendo de una reflexión filosófica del por qué las mujeres siguen siendo las más pobres entre toda la gente pobre del planeta, así que los resultados se dividieron en tres partes:
• La tesis a partir de cifras, porque ubican, y permiten proponer nuevos caminos
• La antítesis en la comparación de las diferencias entre Mujeres y Desarrollo y Género y Desarrollo (MED y GED), en el que no me detendré mucho, porque ya ha sido suficientemente analizada
• La síntesis propositiva desde las aportaciones de género para un Soro Desarrollo, principalmente desde Naila Kabeer y Gita Sen (2006)
Todo ello con el propio sello feminista de quien escribe la presente revisión para hacer un énfasis del efecto del modelo de desarrollo que empobrece a las mujeres e impacta en toda su vida, pero principalmente en su salud, así se reivindica lo que ya Sandra Harding (1993) mencionó sobre que no hay neutralidad en la ciencia, y que es mejor dejar en claro los sesgos de interpretación que tenemos todas las personas que hacemos ciencia en tanto seres humanos con subjetividades complejas
Resultados
A manera de tesis, los datos
En la agenda oficialista del desarrollo, para 2030, sabemos que hay una serie de compromisos que tienen la intención de mejorar la vida de este planeta, lo cual es mucho entusiasmo dada la garra económica que sostiene la industria armamentística y su imperiosa necesidad de organizar guerras para vender todos sus “productos de temporada”, con la intención velada del despojo y extractivismo de recursos naturales, matando a población civil, y contaminando más el planeta a la par de una sistemática violación de los derechos humanos. Si bien afectan siniestramente sin distinción de sexo, color o edad, son varones, patriarcas los que definen, diseñan, ejecutan y usufructúan con dichas guerras, hago la precisión para quienes aún dudan de la prevalencia de un mundo patriarcal. Esos compromisos de Agenda materializados en la Agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS, 2030), hacen un énfasis especial en la igualdad de género como un elemento sustancial del Desarrollo, lo cual no es arbitrio si tomamos en cuenta que según la ONU (2022), de la población pobre del planeta el 70% son mujeres.
La línea de la pobreza se calcula a partir del costo de adquirir la dieta diaria recomendada de calorías para el individuo promedio; ese dato se multiplica por el tamaño promedio del hogar en un contexto particular, y se estimó así la suma necesaria para satisfacer esas necesidades diarias. El equivalente mensual o anual de ese ingreso diario se considera el nivel mínimo necesario para la supervivencia de los miembros del hogar. La línea de pobreza separa los hogares que ganan menos de esta cantidad de los que ganan al menos dicha cifra. La base para medir la incidencia de pobreza en un país, o a nivel internacional, la forman los datos sobre el ingreso de los hogares medidos mediante el examen de sus gastos (Kabeer, 2006 p.106)
Con lo cual me resuena la pregunta que hiciera la gran Virginia Woolf (1929) en su obra de La habitación propia: ¿por qué las mujeres son pobres?
Pero además de la pobreza, que generalmente se mide por el acceso a recursos económicos en esta economía de mercado, el proyecto Social Institutions and Gender Index de la OCDE (2023), presenta datos y perfiles de 179 países sobre el nivel de discriminación en las leyes, normas y prácticas sociales en temas como: matrimonio infantil, herencia, trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, violencia doméstica, derechos reproductivos, acceso a la propiedad, derecho laboral, participación política o acceso a la justicia. Se destaca que un 16% de las mujeres viven en países donde la violencia doméstica todavía no está tipificada como delito, el 13% de las niñas están obligadas a contraer matrimonio antes de los 18 años, y solamente un 27% de los parlamentos tienen como representante a una mujer (Social Institute y Gender Index, 2023) y no necesariamente feminista, o formada dentro de la visión crítica de la perspectiva de género.
Es de destacar que una de las cifras más desalentadoras es la que aporta el Foro Económico Mundial a través el Global Gender Gap Report de 2023, que examina las brechas de género en cuatro áreas: 1)participación y oportunidades económicas, 2)educación, 3)salud y supervivencia, y 4)poder político; estima que se necesitarán 132 años para eliminar las desigualdades de género en el mundo (World Economic Forum, 2023). Así que querida Virginia Woolf, te comento que las mujeres no sólo representamos 7 de cada 10 pobres en el mundo, sino que, además, necesitamos otro siglo y un tercio para poder gozar de una habitación propia y un estipendio que nos permita ser independientes y tener espacios propios, íntimos, para crear, descansar y soñar como tú deseabas que lo tuviéramos.
No obstante, el cuestionamiento sigue en el aire, ¿por qué las mujeres son pobres, por qué seguimos en los márgenes de lo que se llama desarrollo?
La antítesis del MED y GED
Fiel a la genealogía de la epistemología feminista, haré un muy breve recorrido histórico sobre cómo las mujeres han sido consideradas dentro de los modelos globales de desarrollo.
Desde la década de los 50s, la economía occidentalizada de la posguerra hizo un énfasis en una economía de Bienestar (como eco del modelo de administración colonial) donde la modernidad implicaba el futuro con un crecimiento acelerado. Las mujeres fueron vistas en su papel como reproductoras biológicas y sociales en exclusiva (madres), con una redelimitación de los roles hegemónicos de género (mujeres de regreso al mundo privado y hombres al público, sin cuestionamiento de la autoridad masculina sobre ellas). El Estado hace énfasis en programas para mejorar la salud de “la familia” (anticoncepción, bajo la visión demográfica de a menor natalidad, menor pobreza, como ya mencioné al principio, además de nutrición, vacunas, entre otros). Se asumen a las mujeres como beneficiarias pasivas del desarrollo, no representaban ninguna amenaza al estatus quo o sistema patriarcal. Aun opera en muchos sectores del mundo (De la Cruz, 1998), incluido México.
Sin embargo, dos décadas después, la pobreza seguía creciendo, por tanto, hacia los 70s, prevalece el modelo de desarrollo Anti-pobreza (mismo que goza todavía de gran popularidad). En este segmento surge el Modelo de Mujeres en el Desarrollo o MED, sin cuestionar a fondo las inequidades entre regiones y entre hombres y mujeres, se consideró que la pobreza se debe a bajos niveles de vida per se, por lo que las mujeres (sobre todo las pobres) deben de aumentar su productividad económica para poder ser “integradas” en el desarrollo. Se consideró también que si las mujeres realizaban actividades que les generan recursos, la pobreza disminuiría en automático (porque la sola disminución de la fecundidad no estaba dando los resultados economicistas esperados). Surgen cualquier cantidad de proyectos y programas para “capacitar” a las mujeres en actividades que resuelvan sus necesidades prácticas (comer, vestirse ellas y sus familias). Redunda en una sobrecarga de trabajo para ellas (proyectos de cría de animales de traspatio, maquila de artesanía, huertos caseros, entre muchos otros) y no cuestiona la relación de subordinación entre géneros, ni menos aún, la pirámide de la economía, donde la economía formal está en la punta y es principalmente masculina, atravesando por la economía informal y de subsistencia en el medio y la gran base es la reproducción y cuidado de la vida, muchas veces combinada con economía informal, para sustentar al planeta (Kabeer, 2006, 56) sobre la espalda, las manos y las mentes de las mujeres pobres.
De 1975 a 1985, se decretó la década de las Mujeres en el mundo (promovida principalmente por ONU, Banco Mundial, entre otros). La finalidad era la de incorporar a las mujeres al desarrollo (según lo definido por las vacas sagradas de las grandes economías) en donde sigue prevaleciendo el MED, pero comienza a mostrar las fallas y desgastes propios de un modelo de arriba hacia abajo, como el fracaso de la modernización, reflejados por los movimiento sociales de protesta contra diversas injusticias, en el Sur por la economía, el Norte contra los privilegios de ciertas clases, (Kabeer, 1998, 20-21), propiciando a su vez que las feministas se movilizaran por la visibilización de la desigualdad de las mujeres en el modelo de desarrollo imperante, y la demanda de ser consideradas como participantes activas, cuestionándose las relaciones jerárquicas y desventajosas de hombres sobre mujeres en todo el mundo pero con mayores dificultades para las mujeres en condiciones de pobreza.
Como resultado de ello, surge el GED o Género en el Desarrollo poniendo en el centro a las mujeres, y no lo que son capaces de producir para el sistema económico dominante, partiendo de su propio poderío (con pleno cuestionamiento al status quo patriarcal) el reconocimiento de la agencia de las mismas o su capacidad de cambio a partir de objetivos estratégicos (toda acción afirmativa y medida que contribuya a hacer más segura la vida de las mujeres en el planeta, como la transversalidad del enfoque de género en políticas económicas, y la desnormalización de: la violencia machista, la división sexual del trabajo, la objetivación sexual de mujeres e infantes, entre otras).
Si bien el postulado es obvio, GED va más allá de MED, éste último se encuentra operando con más fluidez en los países que no logran mejorar sus condiciones de vida con equidad como resultado del impacto del neoliberalismo. Kabeer menciona que tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional lograron la recuperación de la balanza de pago de los países pobres a partir de exigirles austeridad económica, privatizaciones y liberalización del mercado, como condición para seguir endeudándoles con préstamos (1998, 26). El costo principal lo absorbieron las mujeres, como ya lo he mostrado en datos al principio de esta exposición. No obstante, la perspectiva de género ha dado una posibilidad sin precedentes para comprender qué pasa con las mujeres dentro de estos grandes modelos desarrollistas mundiales. Gita Sen (citada por Kabeer, 2006, 29) menciona que dicha perspectiva reconoce que las mujeres están en desigualdad entre sí y con respecto a los varones. También, permite poner con marcatexto fluorescente en dónde están y qué debe pasar para que la pobreza disminuya y deje de tener rostro femenino. Esta dimensión se ve potenciada por los abordajes contemporáneos de la economía feminista, que insiste en medir no solamente la cuestión económica, sino también otra forma de dimensionar todo lo que cuida, procura y genera vida.
La síntesis, el Soro Desarrollo
Dijo la gran Simone de Beauvoir a principios del siglo pasado: “No olviden jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debemos permanecer vigilantes toda nuestra vida” (1949, p. 85). No obstante el aviso, bajamos la guardia y se nos borra la memoria de que el coste de lo que salga chueco en el desarrollo nos lo van a cargar a las que tenemos genotipo XX.
Sin embargo, las mujeres tenemos agencia, poder de afirmación y un entre todas que es necesario reconocer, afianzar y poner en el centro cuando de desarrollo se trata, para seguir exigiendo a los mecanismos de poder que no pueden seguir obviando el elefante en la sala.
Ana Girón (2009, 78) menciona cómo en Latinoamérica los procesos de globalización, integración y desarrollo han hecho más profunda la inequidad de género, al grado de que la brecha entre mujeres y hombres es más amplia que entre ricos y pobres. Como resultado de este mandato económico de las medidas neoliberales derivadas directamente de políticas macroeconómicas de Estados Unidos de Norteamérica sobre el resto de Latinoamérica y otras partes del mundo según lo está ahora experimentando Europa.
Esas medidas, como ya mencioné antes, han implicado una reducción del Estado en detrimento de bienes para la ciudadanía en general, pero en mayor medida para las mujeres, quienes se han insertado al mercado laboral ganando en sobrevivencia familiar, pero en detrimento de su seguridad, su salud y su felicidad. Se convierten de manera integral en “seres para otros”, como lo menciona la gran Marcela Lagarde (2005). Esa construcción social de disponibilidad sacrificial de ser seres para otros, está mediada por las categorías de clase, origen racial, edad, lugar de nacimiento, condición de salud, estado civil, redes de apoyo y otra serie de categorías más, afectando de manera diferencial según la suma de situaciones que tenga una mujer; pero ni en el Norte ni el Sur somos libres de la condición de género, de ser consideradas disponibles para cuidar, procurar y aguantar por menos de lo que nuestros pares varones aceptarían hacerlo y en beneficio de lo que se reduce en gasto social para el cuidado y la procuración de la vida desde el Estado, mientras estas desigualdades no se remonten y se cree un cambio en el contrato social y de género, es poco probable que “las mujeres” deseen seguir procreando en un planeta que les es adverso.
Parafraseando a Naila Kabeer (2006), las políticas macroeconómicas nos han colocado en el centro de la reproducción doméstica, de tal manera que las mujeres pagamos permanentemente “un impuesto” de reproducción de la vida cotidiana para jugar en lo que produce dinero. Esto significa que muchas mujeres nos hemos insertado en economía formal o informal de manera masiva en el mundo sin que ello haya implicado transformaciones sustanciales en las relaciones de género ni en los espacios públicos ni menos aún en los privados. Tampoco en la disminución de la pobreza, y es que el crecimiento económico se ha medido en la modernidad por la fuerza de trabajo que produce bienes (el Producto Interno Bruto), mientras que el desarrollo humano depende de la reproducción de la fuerza de trabajo, que también produce la reproducción de la vida (Kabeer, 2006), la cual depende de los cuidados y que, como ya mencioné, recae principalmente en las mujeres.
Mejorar dicha inequidad es necesario en todas las sociedades, pero fundamentalmente en las más pobres. Ello deberá ser acompañado de leyes formales que no obstaculicen la igualdad de género y de cambios culturales que cambien las normas no escritas que normalizan la desigualdad y la violencia hacia las mujeres por el simple hecho de serlo.
Entonces ¿qué hay que hacer? Volver a cantar la misma canción sólo que con más coros e instrumentos. Es indispensable continuar con asignaciones presupuestales para transversalizar la equidad de género en todas las políticas públicas (como se preconizó desde los 90 del siglo pasado) ya que no se trata de un asunto “de mujeres” (mitad de la población y madres de la otra mitad), sino de propiciar cambios entre géneros (relaciones más igualitarias entre hombres, mujeres y personas no binarias) pero también intra géneros, las mujeres debemos de dejar de hacerle el juego gratis al patriarcado pisándonos unas a otras.
De acuerdo con los indicadores presentados anteriormente, y a las reflexiones de Naila Kabeer y Gita Sen, se trata de seguir transformando las leyes formales que repercuten en la tenencia de la tierra, en los derechos laborales, y en la justicia económica para las mujeres, pero también las normas no escritas (y de ellas depende que las leyes formales sean realidad) en donde la educación formal sea coeducativa (es decir que niños y niñas sean educados en relación sin machismo) y accesible (todas deben de poder ir a la escuela). Pero además, esta escolaridad debe ser no discriminante, creativa, liberadora y de calidad, para potenciar las capacidades de mujeres y niñas jóvenes, y esto no menoscabará a sus pares varones tampoco.
En la educación no formal, hay más trabajo aún para acabar con imaginarios colectivos que tanto han dañado a las mujeres por siglos. Por ejemplo, el modelo de amor romántico, que puede incluso llegar al feminicidio, al reforzar en las niñas y mujeres el “ser para otros” en detrimento de su salud emocional, sexual y reproductiva y su precocidad erótica, resultado de la falta de afecto en la infancia y en los niños y varones la infidelidad, la irresponsabilidad afectiva (parejas y padres ausentes) y la violencia (Velázquez y Sánchez-Ramírez, 2019).
En la salud, es indispensable sustraer al menos dos visiones que afectan profundamente a las mujeres: la mirada androcéntrica e infantilizante sobre nosotras y la falta de sanidad preventiva con una visión holística e integradora poniendo en el centro a las mujeres todas y no ceñirse a la etapa reproductiva de mujeres pobres, en el caso de México, país en que trabajo, porque si bien hay indicadores que muestran cómo son ellas las que más mueren de causas evitables como muerte materna, abortos mal practicados (Sánchez-Ramírez y Vedhuis, 2022) o cáncer por virus de papiloma humano (Sánchez-Ramírez, Blanco y Vagas-Ferrao, 2013), tampoco se atiende adecuadamente la nutrición y sus necesidades diferenciales en cada etapa del ciclo vital femenino.
Hay otros temas de salud que afectan a la población femenina de Norte a Sur, como la no inclusión de la salud menstrual en las políticas sanitarias -directamente vinculada con la necesidad básica de agua limpia, pero también con ver la sangre de las mujeres como tabú y la disponibilidad de productos higiénicos, analgésicos y conocimiento de los fluidos del cuerpo para detectar elementos mórbidos (Vega et al., en prensa)- en plena era de la nanotecnología.
También la violencia obstétrica que está en aumento porque a las mujeres además del cuerpo se nos controla el conocimiento sobre el mismo, obligándonos a asumir en silencio nuestros dolores y gozos en todos sus procesos; se tecnologiza el parto y se persiguen a las parteras indígenas y no indígenas, por el delito de practicar partos humanizados (Sánchez Ramírez, 2018; Laako y Sánchez Ramírez, 2021) o la lactancia materna cuyos niveles han bajado al grado de que solo sean amantados 4 de cada 10 de los recién nacidos en el planeta, resultado de la falta de acompañamiento y respeto social y sororal a las maternidades, pero también del innegable éxito de la industria de los sucedáneos en el mundo entero y que el Estado mexicano deberá regular (Guerrero y Sánchez-Ramírez, 2023). Son necesarios también programas con transversalidad de género para la menopausia y la vejez y dejar de usarlas como abuelas esclavas o cuidadoras incondicionales de lo que el Estado ya no cubre.
Conclusiones
Quiero cerrar insistiendo en la necesidad de continuar con acciones afirmativas para revertir el panorama que en palabras poéticas cuestionó la gran Virginia Woolf, y que como vemos no sólo se trata de mejorar los ingresos económicos, las leyes, las normas y la cultura. Se trata de continuar evolucionando como especie humana. El antropósofo alemán Rudolf Steiner (1999) lo plasmó a finales del siglo antepasado como: Igualdad en las leyes, libertad en las creencias y fraternidad en la economía. Para mí eso sería un Soro Desarrollo. Un desarrollo de solidaridad entre mujeres, que fluye a su alrededor, desde las que ya están en la carrera espacial, en los parlamentos, en el senado, en las alcaldías, en el comité del barrio, en redes de médicas pro derechos, defendiendo y practicando la partería a contracorriente, o en el sistema Nacional de Investigación, en la sociedad de madres de las escuelas, al frente de un clan familiar, o alimentando a unas gallinas cada mañana, en la que apapacha en un día triste y toma una manita para ayudarle a cruzar y convierte una bola de carne llorona en un ser humano bastante encomiable.
Andrea Cetré (2023) hizo recientemente una revisión teórica sobre las políticas de cuidado en América Latina, desde el enfoque feminista de la Economía de los Cuidados, para poder replantear la inminente necesidad de dar un justo valor al cuidado y la procuración de la vida en regiones como la Latinoamericana (que es la región de mi país) cuya pobreza no disminuye por los elementos antes expuestos de dependencia de políticas neoliberales, en la medida en que los Estados-Nación revaloren la procuración de la vida que no se paga monetariamente y sigan creando políticas de cuidado acordes a sus regiones, el ansiado desarrollo será más equitativo y la pobreza dejará de tener un rostro tan feminizado.
Como dije al principio, soy el resultado de un sincretismo, y no quería evitar traer aquí una voz indígena de los Altos de Chiapas, sólo para confirmar que, de Norte a Sur, no podemos tener autonomía sin opciones:
Encanto para no tener que ir al otro lado. Toma en cuenta, Kajval [Dios], que te estoy hablando. Te traigo humo. Aquí te doy tus flores. Toma en cuenta, Kajval, qué tanto me vas a dar. Las otras tienen caballos. Tienen borregos. Tienen gallinas. Tienen camiones. Toma en cuenta Kajval, qué me vas a dar. No quiero trabajar en ninguna finca. No quiero ir a otra casa. No quiero ningún trabajo lejos. No quiero ir a Los Ángeles. No quiero ir a La Florida.
Xunka’ Utz’utz’ Ni’ (1997, p.39)
En consonancia con lo que tanto preocupa a los ODS, diré: ¿Qué queremos las mujeres querida Virginia Woolf? queremos una habitación propia, y no pasar penurias económicas, queremos ser reconocidas y respetadas, tener opciones para decidir con dignidad, queremos amor, queremos vivir y no sobrevivir, queremos democratizar los cuidados para tener ganas de seguir cuidando o procreando seguras, protegidas y gozosas, y no queremos ser juzgadas ni minimizadas si decidimos no maternar, queremos amigas y no rivales, queremos tener libertad y cargos de decisión, seguirnos formando para reinventar otro mundo posible.
También queremos que la otredad, los masculinos, despierten de su letargo de privilegios, que a su vez son una trampa que los engancha en una sobremortalidad por riesgos innecesarios o violencia infringida entre ellos en su juventud, o como resultado de no autocuidarse, y correr riesgos absurdos, lo cual se refleja en una esperanza de vida menor que las mujeres, y en masculinidades frustradas, solitarias y adictas, que ralentizan un desarrollo de todas, todos y todes, haciéndole gratis el trabajo al patriarcado al obedecer sin cuestionar qué significa ser hombre o masculino.
En fin, querida Virginia, te abrazo desde mi Sur hasta tu Norte.
Agradecimientos
A la Cátedra Manuel Castell de la Universidad de Guadalajara por motivar la realización de este escrito. A solicitud de dicha Cátedra, parte de este escrito se presentó en diciembre de 2023, como ponencia en el Panel “Hacia una nueva teoría del desarrollo, con el propósito de reconceptualizar la teoría del desarrollo, a partir de las nuevas problemáticas introducidas en la agenda 2030 de la ONU. En particular, la sostenibilidad ecológica y climática, el feminismo y los derechos humanos definidos como dignidad”. Nada de su contenido ha sido publicado por la autora.
Fuente de financiamiento
Al Colegio de la Frontera Sur y al Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología, para la realización de este manuscrito.
Conflicto de interés
La autora declara no tener ningún conflicto de interés.
Uso de inteligencia Artificial
Durante la elaboración del presente trabajo, la autora no utilizó ninguna herramienta o servicio de IA.
Referencias
Batra, E. (2010) Acerca de la investigación y la metodología feminista en Blázquez, N. Coord. Investigación feminista. Epsitemología, metodología y representaciones sociales. México. UNAM pp. 67-79. https://biblioteca.clacso.edu.ar/Mexico/ceiich-unam/20170428032751/pdf_1307.pdf
Beauvoir, S. (1949) El Segundo sexo. https://perio.unlp.edu.ar/catedras/comyddhhlic/wp-content/uploads/sites/152/2020/08/7-De-Beauvoir-Simone-El-segundoB-sexo.pdf
De la Cruz, C. (1998). ¿Cómo ha evolucionado el enfoque de Mujeres en el Desarrollo (MED) a Género en el Desarrollo (GED) en Vitoria-Gasteis Guía metodológica para integrar la perspectiva de género en proyectos y programas de desarrollo. Emakunde. Instituto Vasco de la Mujer https://www.emakunde.euskadi.eus/contenidos/informacion/publicaciones_guias2/es_emakunde/adjuntos/guia_genero_es.pdf
Cetré, A. (2023) Las políticas de cuidado en algunos países de América Latina. Una mirada feminista. Ánfora, vol. 30, núm. 54, pp. 136-160 https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=357875237007
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